Por Lorena Jesús
El 1º de julio se
celebra en Argentina el día del historiador, en conmemoración de un decreto del
Primer Triunvirato que en el año 1812
ordenó que se llevara un registro escrito de los acontecimientos de la Revolución de Mayo con
el objeto de “perpetuar
la memoria de los héroes y las virtudes de los hijos de América del Sud, y a la
época gloriosa de nuestra independencia civil”. Esta tarea fue desempeñada por
el Deán Gregorio Funes, quien a partir de la documentación recuperada redactó
el Ensayo de la historia civil del
Paraguay, Buenos Aires y Tucumán.
En un momento tan temprano como 1812, en medio
de los avatares de la lucha emancipatoria, la cabeza del poder político
entendió la potencialidad simbólica que tenía la Revolución de 1810 y la
importancia de establecer el andamiaje sobre el que se construiría la memoria.
Los festejos por el primer y segundo
centenario de la Revolución
de Mayo parecen corroboran esta idea. Independientemente de las diferencias en
el horizonte ideológico y político que tiñeron cada una de esas
conmemoraciones, es indudable el lugar de primacía otorgado a este
acontecimiento que sigue revalidando su
carácter fundacional.
Un hito
histórico fundamental como la
Declaración de Independencia, el 9 de Julio de 1816, quedó
relegado a un segundo plano en la conmemoración de las fechas patrias. En este
sentido, no resulta menor la observación del historiador Alejandro Cattaruzza
al señalar: “Así, la mera decisión acerca
de la fecha que debía celebrarse [como nacimiento de la Nación ] era una definición
en sí misma. La nación aparecía asociada a Mayo, y Mayo, al menos en las
instancias iniciales, a la ciudad de Buenos Aires…”[1]
La celebración del Día de la Bandera
el 20 de junio, fecha del fallecimiento
de Manuel Belgrano, establecida por la ley 12.361 de 1938 o la recuperación de
la figura de San Martín hacia mediados de la década de 1870 que culminaría con
la repatriación de sus restos en mayo de 1880 y la instauración del 17 de Agosto
como fecha patria décadas más tarde; se inscriben dentro de esta lógica. Estos
prohombres son reconocidos e integrados en el panteón patrio sólo cuando sus
trayectorias e ideas dejan de representar un conflicto para los sectores que
detentan el poder.
Más significativa aún resulta la cuestión,
también observada por Cattaruza, de que “(…)
esas representaciones del pasado tienen el poder de tornar legítimas la
posiciones presentes y de influir en las batallas de la hora. Y de tales
batallas dependerá en futuro que pueda construirse.”[2]
Un buen ejemplo de esto podría brindarlo la
celebración del 12 de Octubre. Esta fecha, la de llegada de Cristóbal Colón a
tierras americanas en 1492, fue instituida por decreto como Fiesta Nacional
bajo de presidencia de Hipólito Yrigoyen 4 de octubre 1917, en el marco del
fortalecimiento de los lazos con España y su cultura por oposición al proyecto
estadounidense de panamericanismo. La presión de la comunidad española en
Argentina no fue un aspecto menor de la instauración de esta celebración que,
posteriormente, tomaría la denominación española de Día de la Raza.
En octubre de 2007, el Instituto Nacional
contra la
Discriminación , la Xenofobia y el Racismo (INADI) estableció “la
necesidad de revocar los símbolos de avasallamiento de los pueblos aborígenes a
partir de la conquista”, por la cual sugería al Poder Ejecutivo la supresión
del 12 de Octubre como feriado nacional, el decreto 1.584 de 2010, durante la
presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, se hace eco de esta solicitud,
estableciendo el Día de Respeto a la Diversidad Cultural
en reemplazo del Día de la Raza.
Noventa años después de la instauración de
esta celebración que resaltaba la hispanidad, la cual fue replicada de manera
similar por varias naciones americanas, el horizonte político e ideológico de
América Latina nos muestra una imagen diferente, en donde la integración es un
eje insoslayable para la región, así como la recuperación y puesta en valor del
patrimonio cultural de los pueblos originarios.
La historia se reescribe permanentemente, está
en nosotros no permanecer ajenos a esos procesos.
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