11.7.13

El caso de Marcus Dortmund , cuento de Federico

Gracias Federico y Patricia por compartir tan interesantes cuentos. 

En la oscuridad del crepúsculo, en la inmensidad de los campos de Düseldorf, un hombre robusto y de gran tamaño, comenzó a rondar las cosechas de maíz alrededor de las siete de la tarde. Era un hombre corpulento, rubio, de ojos oscuros en la noche y claros en el día. Bondadoso, trabajador, era el dueño de la hectárea alemana que revisaba con sus largas caminatas todos los días. Sangre de campo, alma rural, había heredado los cultivos de su padre, el cual había sido un hombre de gran poder, sin necesidad de dinero ni fama.
Tierras altas y bajas. Maíz, papa, trigo, y veinticuatro cultivos más se hospedaban dentro de las cercas de la familia Dortmund.
En cuanto al muchacho, ya había atravesado los campos con una sorprendente rapidez, y pasando a una segunda fase de revisión, se dirigió entre los pastos negros al establo vecino de su choza.
Era un edificio demasiado lujoso para mantener animales de campo. Maderas talladas con la más perfecta precisión, ventanas bien deliñadas, pisos encerados.; parecía una casa ocupada por algún conde germano de las más finas de las costumbres.
El corpulento de pelos rubios ingresó lentamente a la estancia. Abrió las extensas puertas decoradas, y observó que todo estuviese en orden.
Escuchó placenteramente el relincho de los caballos blancos, observó los huevos amontonados en una esquina del gallinero, y terminó su relajación con los últimos rayos de luz en la ventana.
Al ver, que todo estaba en perfecto estado, tal como a él le gustaba, se marchó del edificio para regresar a su acogedora cama.
Otra vez, sus pies lo condujeron por los pastizales del terreno heredado. Observó con hermosura los cultivos, limpios y maduros, sintió la brisa de la noche en su cara rojiza, y se impulsó a su choza con una potente descarga de felicidad.
Ya pasando los campos de maíz, algo interrumpió su humor alegre y placentero.
Entre la frescura de la noche, una silueta humana se le apareció a unos metros al muchacho. No se la distinguía con máxima exactitud, pero se podía observar que llevaba un sombrero de paja y una hoz de trabajo.
Pero, la satisfacción del joven por su entorno, no lo detuvo a insinuar quién o qué era esa sombra en la mitad de la nada, por lo que positivamente creyó que se trataba de Arne, su vecino de trabajo. El joven muchacho extendió la mano en modo de saludo y siguió caminado hacia su hogar, mientras esperaba la respuesta de su amigo, pero se detuvo repentinamente antes de pisar la madera de su casa, pues su vecino tan querido por la familia, comenzó de su quietud de monumento, a ser engullido por la tierra de la hectárea.
El corpulento muchacho palideció, y observó como descendía su compañero por las cosechas de remolachas de los campos vecinos.
Una sensación de energía  se apoderó de él, corrió hacía la puerta de su pequeño hogar, y después de tropezar con varias escalones, tomó el teléfono e informó a la policía. Cortó la comunicación y aguardó la espera de la autoridad en su cama, sin aliento, y bebiendo agua de un vaso de su padre.
Pasó toda la noche sin rastros de la policía hasta la mañana siguiente, en la cual, se presentaron tres soldados de uniforme gris.
El campesino les narró lo sucedido les mostró el lugar de la tragedia, pero los uniformados abandonaron los campos con grandes carcajadas.
Hasta hoy, el muchacho no volvió a ver a la sombra de aquella noche, ni a su vecino de hace tiempo, pero cuando revisa los cultivos de su campo familiar, encuentra entre las coloridas remolachas, la tierra removida, y un sombrero de paja colgado de una hoz oxidada, enterrada en la tierra de su estancia familiar.

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