24.6.13

“UN AMOR DE BELGRANO”, Por OSVALDO SORIANO

Cómo contarlo al pobre Belgrano? ¿Con qué colores pintarle diez años de guerra y de infortunio? ¿Qué instante de su vida elegir para evocarlo mejor?
Pongamos primero los de las efemérides escolares: los jubilosos de Tucumán y Salta; los nefastos de Vilcapugio y Ayohúma; los del rebelde que levanta una bandera propia para acelerar la marcha de la Historia.
Pero sobre todo los del amante otoñal y olvidado que guerrea en el norte a la espera de que San Martín caiga sobre el Perú.
En 1818 ya han muerto los sueños de revolución y la guerra civil entre porteños y provincianos ha desatado odios que van a prolongarse hasta hoy.
Belgrano, que en Tucumán cuida la retaguardia de los guerrilleros de Güemes, impone una disciplina espartana: se acaban los bailes, las mujeres y la baraja.
 San Martin y Paz se asombran y lamentan la dureza de ese civil al que las circunstancias han hecho militar.
Por las noches recorre las calles con un ordenanza e irrumpe disfrazado en los cuarteles para sorprender a los oficiales desobedientes.
Es de acero ese jacobino católico al que llaman despectivamente bomberito de la Patria.
En pocos meses funda varias escuelas, una academia de matemáticas, una imprenta y manda sembrar huertos para pelear contra el hambre que le mata los caballos y debilita a la tropa. Curioso personaje este nieto de venecianos del que San Martín escribe:
“Es el más metódico que conozco en nuestra América, lleno de integridad y valor natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a la milicia, pero créame usted que es el mejor que tenemos en América del Sur”.
¿Cómo es?
“De regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, con una fístula casi imperceptible bajo un ojo; no usa bigote y lleva la patilla corta. Más parece alemán que porteño.”
En Buenos Aires ha tenido amores tumultuosos de los que ha nacido un hijo clandestino que Juan Manuel de Rosas cría y ampara bajo el nombre de Domingo Belgrano y Rosas. Otra descripción de primera mano, dice: “Es un hombre de talento cultivado, de maneras finas y elegante, que gustaba mucho del trato con las señoras”.
¿Por qué se sacrifica?
Por la libertad y la justicia.Esos valores que le han faltado durante los primeros cuarenta años de su vida serán la obseción de los diez últimos.
Y al final, derrumbado por la cirrosis y la hidropesía, trata de comprender por qué lo abandonan.
“¿Ha créido usted acaso que yo pueda dudar de la legitimidad de los gastos que se hagan en ese ejército? -le escribe Pueyrredón-. no sea tonto, compañero mío y crea que así como usted me llora porque lo auxilie con dinero, yo lloro del mismo modo porque veo las dificultades. Usted siente las necesidades de ese ejército y yo con ellas siento las del de los Andes, las del Este, las de los Enviados Exteriores y la de todos los pueblos.”
Para seguir leyendo, picá:  http://www.elruidodelasnueces.com.ar/?p=13459

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