Agustín
En la página todo está
sencillísimo. Uno se registra y pá, pá, pá. Perfil, gente linda, fea , amarga,
dulce y ácida. Todos se conocen con todos, nos hablamos a través de fotos,
alusiones, así nos imaginamos a cada uno.
Hay que escribir, y esto es de suma
importancia, todo cuanto estemos pensando en este momento.
Estoy pensando en leer un libro que
compré en la última feria. Estoy pensando en caminar hasta mi cama y al llegar
pararme antes de abrirla. Estoy pensando en dormir, en tirar la cadena, estoy
pensando.
Con Agustín quedamos por mensaje
que nos encontraríamos a las siete en un bar cerca de Corrientes. Ya habíamos
estado hablando en la página durante siete años y era hora.
De más está decir que tenía una
imagen de él en mi mente creada sólo por mí y por algunas cortas descripciones suyas.
De hecho, cuando lo vi parado en la
esquina, cinco minutos antes, en ese instante, rectifiqué lo que siempre supuse y en mi mente se
adecuaba terriblemente a mis aspiraciones; que el cabello rubio era de un amarillo
sol espeluznante modelado con gel hacia arriba , cuales puntas de alambre; que
vestía también un poco rockero y con un aire , dicho así por él, de metalero. Era verdad y el manto negro le llegaba al piso y se arrastraba por él.
Al fin, con dificultad moví mis
pies , que no sé por qué razón se habían adherido al suelo y me encaminé hacia
ese muñeco disfrazado, digo Agustín.
Él volteó su cabeza y fue lo último
que recordé de él, porque después me perdí por Corrientes.
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